El Restaurante Castillo es uno de esos establecimientos en que comer se convierte en un auténtico placer por las emociones y sensaciones que transmite su cocina. Una oferta mediterránea, basada en los sabores tradicionales, con influencias de la cocina asiática y salpicada con esos toques creativos de su chef Eduardo Frechina, un cocinero que vive para los fogones, innovando, creando y sorprendiendo a propios y extraños.
Eduardo es un chef autodidacta que hizo sus primeros pinitos entrometiéndose en el trabajo que sus padres llevaban a cabo en el negocio familiar. A los doce años hacía un ajoaceite excepcional, señal inequívoca de que dentro de ese cuerpecillo que tenía por entonces se escondía un grandísimo cocinero. Comenzó en serio con una cafetería y la venta de dulces y pasteles para dar un giro posteriormente hacia el Restaurante, de eso hace ya dos décadas. Su establecimiento es muy familiar, cercano y es difícil salir de el sin llevarte una grata sensación y ese deseo que volver pronto a disfrutar de las excelencias con las que sorprende cada día.
La carta es muy extensa y tiene un poco de todo. Las aceitunas con spray de martini, el tataki de atún con encurtidos y berenjena a la llama, ravioli de habitas, tocineta y crema de morcilla, su famoso huevo poché con setas y mousse de patata trufada, crema de alchachofa con jenjibre y foie, bacalao a la crema de all i pebre, solomillo ahumado con parmentier con salsa hoisin, crema de naranja con helado de turrón y sopa de chocolate. En fin un repertorio que no dejaría indiferente a ningún mortal.